Eppur si muove

Galileo Galilei, como muchos otros intelectuales a lo largo de la historia, tuvo que enfrentarse al paradigma de su época; éste era, a grandes rasgos, el modelo geocéntrico y la obligación de disponer de todas las obras al servicio de la Iglesia. La ciencia y la razón, en tanto competían con la religión, eran despreciadas y perseguidas. En ese contexto luchaba Galileo para convencer a otros que lo que había teorizado Nicolás Copérnico hacía casi un siglo acerca del movimiento de los planetas ahora podía ser comprobado gracias a un invento suyo: el telescopio. De poco sirvió, pues la Inquisición lo condenó por defender el modelo heliocéntrico, y lo obligó a abjurar de esa teoría. Cuenta la leyenda que luego de retractarse contra su voluntad susurró por lo bajo que sin embargo, la Tierra aún se mueve. Pues a la Naturaleza no le importaba cuántas veces se dijera que la Tierra era el centro del universo, allá afuera, la Tierra seguía girando alrededor del Sol.

Moviéndonos quinientos años en el futuro, no sin gran esfuerzo, hemos finalmente superado y dejado de lado el modelo geocéntrico. Pero cada tiempo y lugar es inevitablemente prisionero de su propio paradigma. Occidente en el siglo XXI es el auge del liberalismo heredado del Siglo de las Luces. Lo encontramos en todos lados: en la economía, en la política, inclusive en la «espiritualidad». Pero también en el pensamiento cotidiano de los individuos, en sus creencias, y en su forma de vida. Lo tienen tan naturalizado que muchas veces lo repiten sin darse cuenta: «Mi libertad termina donde empieza la del otro», «Haz lo que te haga feliz en tanto no haga daño a nadie», «En mi cuerpo decido yo». El liberalismo va indefectiblemente de la mano del individualismo. El foco está siempre en la persona y en lo que a ésta le convenga, le haga feliz o simplemente le permita progresar, muchas veces a costa de los demás. Son los derechos individuales y privados característicos de la Modernidad los que prevalecen por sobre los ideales románticos de liberación colectiva o la lucha en unidad. Pero, ¿qué pasa con las que todavía soñamos con esos valores de grupo? ¿Las que sabemos que mi libertad no vale nada si mi compañera sigue siendo esclava? ¿Qué pasa con esas mismas esclavas? ¿A ellas también hay que decirles: «¡ey, hermana, salí de esa situación horrible, el poder está adentro tuyo!»?

Todo esto se vuelve aún más grave cuando el discurso liberal individualista empieza a mezclarse con el progresismo y el posmodernismo relativista que se lleva todo por delante. Cuando ya no solo no se lucha contra la opresión, sino que, justificada en una «decisión propia», se defiende y hasta se celebra. Y es que esas ideas que fueron lentamente colando dentro cada cabeza individual, ahora se han juntado, de nuevo, en un gran paradigma colectivo. Y, como tal, va a tratar de escurrirse e imponerse en todos lados. Hoy en día ya no existe la Inquisición, pero existen otros métodos igual de efectivos y mucho más sutiles. El camino es fácil: inventar un enemigo, condenar a todos los que se posicionen a favor de él, criticar a quienes les es indiferente, y posicionarse a sí mismos como los héroes salvadores, los únicos que realmente ven y luchan contra el monstruo. Y, en el medio, la gente que desconoce, la gente que nunca se enteró de que había un enemigo en primer lugar, pero que ahora que escuchó de la guerra no tiene más opción que elegir un bando. Y, naturalmente, el bando va a ser el del héroe, aún sin entender muy bien por qué o cómo o contra quién lucha, siente muy adentro suyo el deber moral de apoyarlo. Al fin y al cabo, ellos tienen todos los recursos, tienen la información, tienen el apoyo, tienen la razón…. ¿no?

Y aún así hay personas que desconfían. Que saben en su interior que algo no está bien. Ellas son las que buscan, las que cuestionan, las que quieren escuchar la historia completa. Porque saben que una historia verídica se sostiene por sí misma, no necesita oradores, ni enemigos imaginarios, ni trágicos héroes. A ellas les quiero decir: no están solas. Confíen en ustedes mismas y en su intuición, que muchas veces es la mejor guía. Y, sobre todo, no tengan miedo, porque lo que muchas veces parece una multitud amenazante usualmente es solo una minoría muy ruidosa. Sí, podrán intentar callarnos, podrán actuar como el Genio maligno que confunde y engaña, incluso podrán cambiar las leyes; pero no podrán hacer que las mujeres dejemos de ser mujeres, que la naturaleza siga existiendo como siempre lo hizo y que la Tierra, allá afuera, siga girando.

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